viernes, 11 de noviembre de 2011



LA SUFICIENCIA DE DIOS

Fil. 4:19.
Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. 

Iba a mi casa la otra tarde, después de un día de trabajo duro; me sentía cansado y deprimido, cuando repentinamente, como un relámpago, vino a mi mente el versículo: “Bástate mi gracia.” Llegué a mi casa, y busqué el texto en original, que dice: “Mi gracia es suficiente para ti.” “Lo creo, Señor”, dije, y no pude menos que reir de contento. Jamás antes había entendido lo que significaba la santa risa de Abraham. La incredulidad me parecía tan absurda. Es como si un pececillo, sintiendo sed, tuviese temor de que si bebía se secara el Támesis, y el río le dijese: “Bebe, sardinita, mi caudal es suficiente para ti.” O como si un ratoncillo en los graneros de Egipto, después de los siete años de abundancia, temiese morir de hambre. José podría decirle: “No temas, ratoncito, mis graneros son suficientes para ti.” Me imaginaba también a un hombre en lo alto de la montaña pensando dentro de sí: “Respiro tantos más cuantos pies cúbicos de aire, cada año; temo agotar el oxígeno de la atmósfera”, pero la tierra le diría: “Respira, hombre, y respira a pulmones llenos; mi atmósfera es suficiente para ti.” ¡Oh, hermanos, sed grandes creyentes! Tal fe llevará vuestras almas al cielo, y traerá el cielo a vuestras almas.—Spurgeon.